Miradlos, llevan cuarenta años apoyados en ese muro. Johnny y su camiseta de Popeye; Tommy con el ombligo al aire; Joey, ¿dónde has metido esas zapatillas?; Dee Dee, esa chupa de cuero no es de tu talla.
No os dejéis engañar por tanto desaliño. Estos chicos sabían lo que hacían. Catorce canciones que no suman entre todas ni media hora. Eso sí que es urgencia. Aquel disco fue una batidora: grupos de chicas de los sesenta, música surf…y, sí, también los Beatles. Su veneración por los Fab Four inspiró su nombre: Paul Ramon era el alias de McCartney en los tiempos de Hamburgo.
Mezclaron todo a la máxima velocidad y a una intensidad contagiosa. El resultado es deslumbrante, pese al sonido primitivo del disco. No era la primera vez que tocaban: llegaron al estudio de grabación curtidos en los directos de varios garitos de Nueva York.
En uno de ellos los encontró Lisa Robinson. Quedó cautivada por esa exhibición de energía y lo contó en las publicaciones musicales locales. Otra revista, «Punk», había publicado la famosa foto de Roberta Bayley que acabó ilustrando la portada del álbum. Recurrieron a ella después de que fracasara su intento de posar como los Beatles. Claro.
La influencia de «Ramones» -recomiendo la reedición en vinilo rojo- es formidable. Aquel primer álbum es una referencia constante en la música de las últimas cuatro décadas.
Pero hasta hace un par de años no se convirtió en disco de oro. La leyenda de los Ramones siempre estuvo muy por encima de las ventas de sus discos.