Después de más de medio siglo ocupando de manera incontestada el trono del soul, Aretha Franklin ha dejado hoy este mundo cuando ya había alcanzado categoría de diosa. Y las diosas nunca mueren.
El mejor homenaje a Aretha consiste en hacer girar sus discos con el sello Atlantic de los años sesenta. Ahí está la mayor parte de su enorme legado. La reina ascendió al trono en una sucesión de sesiones en los estudios de Atlantic de Nueva York bajo la sabia producción de Jerry Wexler.
Si tuviéramos que optar entre aquellos álbumes formidables elegiríamos «Lady Soul» -disco de cabecera de Viniland-, que supuso su coronación hace ahora medio siglo, y su antecesor, «I Never Loved a Man (The Way I Love You)».
Hay una recopilación de Atlantic con catorce clásicos imprescindibles: desde «Spanish Harlem» hasta «Call Me». El álbum está reeditado en vinilo y a un precio interesante. La única pega es su horrible portada, que es la original de 1971.
Es cierto que en los ochenta, la Reina se unió a las estrellas de la época y compartió temas con George Michael y Elton John que la devolvieron a las listas de éxitos. Nada que se pueda medir a sus clásicos. Con la excepción del reivindicativo «Sisters Are Doin’ It for Themselves», que grabó con Eurythmics.
Aretha siempre fue valiente. Grabó en los sesenta el «Respect» de Otis Redding y lo convirtió en un himno por la igualdad de los afroamericanos y de las mujeres.
La Reina del Soul siempre tuvo un don para llevar a su terreno cualquier tema con alma. En sus versiones, clásicos como «I Say a Little Prayer», del maestro Burt Bacharach, el «Let it Be» de los Beatles o «Bridge Over Troubled Water», de Simon & Garfunkel, se convirtieron en himnos al cielo. Como esos que cantaba en la iglesia en la que hace ya tanto tiempo estalló su voz sobrenatural. Un milagro.