Hace unas semanas os conté que había encontrado la última copia en vinilo -seguro que no queda ninguna más en todo el mundo- de la versión acústica de «Steve McQueen», mi idolatrado álbum de Prefab Sprout. Hallé el LP por internet en una tienda de Chipre y me las prometía muy felices, pero, como os dije, desgraciadamente el disco se perdió al llegar a su ciudad de destino.
Creo que además que os hablé de Nick, el dueño de la tienda de Chipre, que no podía dar crédito a lo sucedido. Finalmente nuestro glorioso servicio de Correos le devolvió la copia que él me había enviado meses atrás y Nick volvió a mandarla. Pagué yo los gastos, claro.
Al cabo de unas semanas la copia de «Steve McQueen» llegó de nuevo a mi ciudad. Pero otra vez cayó en manos del cartero de mi barrio que se niega a entregar ese disco a su nuevo propietario. El envío volvió a terminar en la sala de la oficina de Correos donde se amontonan los paquetes que no han sido entregados a su destinatario. Pero esta vez yo sospechaba ya del cartero y pude intervenir antes de que el preciado disco emprendiera otro viaje de vuelta a Chipre.
El otro día por fin me crucé con el cartero en el portal de casa. Le exigí que me explicara el porqué de su odio a uno de los mejores discos de la historia. Me dijo que jamás había escuchado a Prefab Sprout y que Steve McQueen era el nombre de un actor. Pero estoy seguro de que no me dijo la verdad. Porque lo que le pasa al cartero es que no le gusta nada la versión acústica de «Steve McQueen».
VINILAND 