
Sí, ya sé que han visto esta fotografía miles de veces. Pero yo les voy a pedir que esta vez no les miren a ellos. Que me busquen a mí en la imagen. ¿Ven ese coche negro aparcado a la derecha, detrás de John y Ringo? Bueno, pues yo soy el tipo que está de pie junto al coche, subido a la acera, debajo de un árbol. Me ven, ¿verdad?
Nadie repara nunca en mí. Pero les aseguro que aquel día de agosto de hace cincuenta años fui testigo de todo cuanto aconteció en Abbey Road. Absolutamente todo. Les vi cruzar a los cuatro en fila por el paso de peatones. Varias veces, en una dirección y en otra. Cruzaron y cruzaron, mientras les fotografiaban. Hasta que de pronto, en uno de esos cruces, al llegar al otro lado de la calle, desaparecieron. Se volatilizaron. Se esfumaron. Regresaron a aquel lugar mágico del que llegaron.
No volvieron a verles juntos nunca más. Eso sí, dejaron un último disco maravilloso. Pero eso ya lo saben todos.
Muy bueno, supongo que conocerías a los tres que hay encima de Paul.
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