
Sí, ya sé, «Nevermind». No se puede competir con la celebridad de aquel álbum mítico. Pero yo siento debilidad por el «Unplugged», aquella despedida que Nirvana grabó ante las cámaras de la MTV en Nueva York.

Con un Kurt Cobain de mirada tan triste, enfundado en esa vieja de lana vieja, fea y excesiva para la temperatura que debía de hacer en el escenario.
Un escenario convertido en altar, con flores y velas, en el que Kurt encuentra la paz durante un rato, agarrado a su guitarra, desgranando algo ensimismado sus canciones, que suenan hermosas, desnudas, más sinceras que nunca.
Y todo lo que pasó después de aquella noche de noviembre ya no nos importa. Nos conformamos con escuchar un vinilo que ya empieza a carraspear entre algunos surcos. Puede que a Kurt Cobain le hubiera gustado ese sonido un poco rayado.