Cada vez que repito algo, cada vez que me dejo llevar por la rutina, el desanimo o el cansancio me cruzo por la calle con Miles Davis. No sé cómo ha llegado hasta mi barrio. Pero ahí está. Más simpático de lo que fue en vida, la verdad. Suele sonreír, no a mí en concreto, es una sonrisa de condescendencia para que yo la vea, como diciendo «sabes que podrías hacerlo mejor».
Cruza por cualquier esquina, cuando estoy paseando con Wil, cuando llegó a casa en moto, cuando voy a comprar el pan, cuando salgo a tomar una cerveza…Ahí está, invisible para todos menos para mí.
Sí, ya sé que es una visión, pero voy a hacer caso a Miles y hoy no escribiré Viniland como siempre. Intentaré hacer las cosas de manera distinta, como hizo siempre él. Aunque sea una vez.