Es curioso que David Bowie no se convirtiera en una estrella planetaria hasta la publicación de su decimoquinto álbum, en 1983.
Fue un movimiento estudiado del Gran Camaleón, que después de años ejerciendo de artista de culto decidió hacer caja: cambió de compañía -de RCA a EMI- y se alió con el brillante Nile Rodgers para fabricar «Let’s Dance». Y puso el mundo a bailar a su antojo.
El álbum contenía una demoledora colección de singles: desde el tema que daba título al disco a la irresistible «Modern Love», pasando por la recuperada «China Girl», que escribió junto a su amigo Iggy Pop.
El éxito no se hizo esperar y «Let’s Dance» se convirtió en un superventas. Bowie nunca volvería a lograr un éxito comercial de tal magnitud. Extrañamente, el disco nunca se ha reeditado en vinilo. Cosas de las discográficas.
«Mojo» rememora en su último número aquel asalto a las listas de éxitos. «Let’s Dance» suena hoy como una crónica de la zona más brillante de los ochenta. Y un disco ideal para poner música al verano.
Bowie «fue siempre el más guay», escribe en su portada con una cita la revista británica. Gran verdad.