Uno no se gana por casualidad un sobrenombre como el de «El Gran O». Nadie podía ganar a Roy Orbison en capacidad dramática. Cuando Roy canta con su voz de tenor «It’s Over» no parece que se termine una relación, sino que se acaba el mundo.
«Running Scared», «Crying», «In Dreams»… temas de una intensidad descomunal, tan hermosos como tristes. Orbison era así incluso en sus momentos más chisposos. Por ejemplo, «Oh Pretty Woman» es más una súplica que una celebración. Todo esto -y sus logros posteriores- puede encontrarse en la completa «The Ultimate Collection», un doble vinilo que se puso a la venta hace un año.
El sentido dramático que tan bien expresaba The Big O en sus canciones le acompañó en su vida. Perdió a su primera esposa en un accidente de moto y más tarde a dos de sus hijos en el incendio de su casa.
Roy Orbison era un viejo rockero triste cuando a finales de los años ochenta ocurrió el milagro.
Primero «In Dreams» apareció en «Blue Velvet», de David Lynch. Luego Jeff Lynne se propuso producirle a Orbison un disco de regreso que reunió a la plana mayor del rock: Tom Petty, Bono, Elvis Costello…
Un Roy rejuvenecido se unió por aquello días a los Travelling Wilburys, junto a George Harrison, Bob Dylan, Petty y Lynne. Y actuó junto a Bruce Springsteen, Tom Waits y otras estrellas en un concierto para reivindicar su legado, que sería publicado después -«Black and White Night». Sus viejos éxitos se reeditaban para un nuevo público.
Y en mitad de este sueño de película, con la irresistible «You Got It» -anticipo del álbum «Mistery Girl»- en lo alto de las listas mundiales, el 8 de diciembre de 1988 Roy Orbison murió de pronto de un ataque al corazón con 52 años sin poder disfrutar de la gloria que le había llegado después de tantos años oscuros. Tan dramático como una de sus canciones.