Al principio no tenían ni portada. Luego llevaban carpetas con los nombres de los artistas y los títulos de las canciones. Más tarde pudimos conocer a sus intérpretes a través de sus retratos fotográficos. Y luego se convirtieron en piezas de arte. Por dentro y por fuera.
Objetos de culto, sueño de coleccionistas, cultura en movimiento. Ahora que se han vuelto a poner de moda, después de vivir al borde la extinción, se reeditan libros como «Vinilos» (Lunwerg), un volumen que promete ofrecernos en sus páginas «las mejores portadas de discos de la historia». No, no están todas, pero los vinilistas lo disfrutarán.